sábado, 17 de marzo de 2012

Las grietas del periodismo

El periodismo es una de las actividades más cuestionadas en la actualidad argentina. ¿Cómo encarar esta actividad después de los enfrentamientos que los grandes medios han tenido con el gobierno de los Kirchner?
En 2011, la efímera aparición de la segunda etapa de la revista La Maga trajo una serie de artículos brillantes y plurales. Si bien la revista tenía su posición no se privó de publicar la opinión de muchos de lugares ideológicos distantes. Bien por La Maga que, oh decepción, dejó de publicarse nuevamente.
Aquí reproducimos fragmentos de un artículo de Pablo Mendelevich que analiza la cuestión del periodismo actual en el país. Si bien, no compartimos todo lo que dice el artículo, creo que destila inteligencia y puntos para la discusión.

Aquí el artículo (para bajar en PDF, hacer clic aquí)

Las grietas del Periodismo
Por Pablo Mendelevich (fragmentos)

Siempre tienta concentrar en la política la causalidad de las cosas. Por eso, se piensa que el gran problema que hoy padece el periodismo argentino es la escalada de hostilidades que le declaro el Gobierno. El kirchnerismo hay que reconocerlo, logro expandir con alegre vaguedad la idea de que la calidad periodística es un asunto supeditado, en forma casi excluyente, al problema de la concentración mediática, responsable de impedir la democratización de la palabra y cosas por el estilo. Pero ¿todo se trata de la guerra contra Clarín y de sus secuelas, de los periodistas mercenarios y de los militantes, de los que idolatran el "proyecto" y de los que quieren "destituir" a Cristina; o en realidad, hace rato que el periodismo, mas allá de los Kirchner, se sufre a sí mismo?¿No será que la embestida K encontró una fortaleza llena de grietas, y por eso, en la reacción de los medios y de los periodistas atacados, faltan certezas para asirse?
El periodismo profesional, digámoslo así, estaba en la sala de operaciones cuando apareció el kirchnerismo para llevárselo puesto con la promesa de que tenía algo mejor para ofrecer (quién sabe si 6,7,8 por cadena; Víctor Hugo Morales distribuyendo misericordia frente a la noticia de que Kirchner se compro dos millones de dólares; un Apold remixado que limita la pauta publicitaria oficial a los que entienden qué significa informar bien; o solo periodistas corajudos, honestos hasta la coronilla, de esos que si dicen lo que piensan, por fin, y encima todos piensan lo mismo: que el Gobierno es fantástico y que los demás periodistas son, unos idiotas porque escriben lo que su patrón les dicta).
Los nuevos paradigmas nunca terminaron de consagrarse. Entonces, el periodismo devino frágil, laxo, fagocitado en la academia por las ciencias de la comunicación, poroso. ¡Capaz de menospreciar la necesidad de las cinco doble ves en una crónica! De a ratos estelar, engreído, maltratador del idioma, trepado al escenario en vez de permanecer como espectador de primera fila, puesto a juez para suplir a la justicia ausente, encamado por un Clark Kent que no se convierte en Superman sino que pretende fundirse con él. Y, claro, un periodismo fiel, a la vez, al vicio mayor de siempre, el de querer imponer la agenda pública para reciclar poder. ¿De siempre? Vamos: Rupert Murdoch, cabeza de la corporación de medios más grande del mundo, hoy en la picota por las inescrupulosas escuchas ilegales de sus mucha- pichos de News of the World, ni siquiera había nacido cuando William Randolph Hearst, el poderoso magnate que fue uno de los inventores del periodismo amarillo, casi armé la guerra hispano-cubana-española con el fin de vender diarios. Magnetto, un poroto (eso sí, nuestro poroto).
En el largo adiós a Johannes Gutenberg, quizás podamos hablar de cinco o seis huracanes superpuestos: la revolución tecnológica, la patria semiológica (que desde la academia instalo la idea de que la subjetividad indiscriminada es una virtud), el supuesto de que Internet garantiza una democracia automática ("todos somos periodistas"), la precarización laboral (también acelerada por las nuevas tecnologías) y la confusión vulgar de editar con censurar. La revolución tecnológica transformo los mecanismos de producción. En un abrir y cerrar de ojos, la instantaneidad informativa y la globalización modificaron el concepto de "noticia", ahora mucho más difuso; mientras la blogosfera diseminaba ese malentendido que asimila periodista con testigo accidental, y bitácora con medio de comunicación personalizado (ahora la nueva discusión es sobre Twitter y sus presuntas prestaciones informativas, más bien purgativas). Si todos somos periodistas nadie lo es.
¿Para qué queremos periodistas (dijeron antes de la "Era Cristina" los abolicionistas de la profesión), si cualquier carlitos que anda por la vida con su celular con cámara puede registrar los hechos, subirlos a Internet y comentarlos sin la intermediación de las corporaciones? Pues bien, el problema es que los periodistas nunca hicimos eso. No recogemos, de y a miles, sucesos con los que nos topamos en forma aleatoria para luego llenar ad infinitum un recipiente de "contenidos" revueltos con el fin de que el lector (o usuario) disponga de “toda la verdad”, o sea, se dé una sobredosis de información indiscriminada y fenezca intoxicado. Lo que hacemos es selecciona. Evaluar. Editar la realidad. Organizarla. Antes que nada jerarquizamos los hechos, y a mucha honra. ¿Qué es, si no, un diario? Por supuesto, un recorte de la realidad. Cuya parcialidad será inocua (incluso enriquecedora), siempre y cuando que el sistema garantice que haya otros diarios con otros recortes, y el lector tonga la libertad de elegir (lo que no significa que un gobierno apoyado por diarios que no consiguen lectores use fondos estatales para subvencionar una nueva prensa disciplinada con el argumento de que hace falta equilibrar el peso de las corporaciones).
 "Todos somos seres subjetivos" fue la contraseña que puso el  carro adelante del caballo: como periodista primero están mis ideas, la verdad se busca después. Y si el artefacto no cucastm una de las dos piezas se vuelve a calibrar. ¿Cuál? Por orden de importancia: obviamente, la verdad. De todos modos. Según lo promocionó la academia, eso es algo relativo (no como mis convicciones, impostergables para mis lectores).
Agréguese al estofado la precarización laboral, diarios de escritura descuidada y una television que inunda la cultura con las reglas del espectáculo fácil (eso sí, con nuestra tele abunda el debate... de vedettes), y se obtendrá este periodismo anémico, apto para el cachetazo cincuentista de los Kirchner. La vulnerabilidad, antes que nada, se verifica en las redacciones respecto de las propias empresas periodísticas: cualquier periodista lo sabe, a mayor profesionalismo, menor espacio para que se desplieguen las arbitrariedades patronales. Y viceversa.
El problema, entonces, es que el profesionalismo esta en baja. ¿Eso quién lo dice? Los propios periodistas. Hace poco, FOPEA (Foro de Periodismo Argentino) realizo un estudio, denominado "Clima de la actividad periodística de la Argentina", para el que fueron encuestados 943 periodistas de todo el país, de los cuales el 60% califico en forma negativa al rigor profesional (un titulo capcioso que la prensa del Gobierno se perdió "Los periodistas reconocen que les falta rigor para informar"). El 64,6% opinó en forma negativa sobre el nivel ético del cuerpo profesional. El 86% se quejo de que su formación es insuficiente y reclamo capacitación.
Para un periodismo profesional que no consigue exhibirse virtuoso, que no prueba su ventaja cotidiana, seguramente las cosas pueden ponerse difíciles

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